El día 4 de febrero, Joan Ollé reunió en el precioso
escenario de la Escuela Superior de Arte Dramático de Cataluña a más de 20 personas,
con motivo del centenario del Institut del Teatre. Todos nosotros éramos el
espectáculo: Asunción Balaguer, los tres del Tricicle, Sopa de Cabra, Enric
Majó, escenógrafos como Nina y Pep Durán, Joel Joan, Montserrat Carulla, bailarines,
críticos de teatro,… Sentados en mesitas de café, tan diferentes en
generaciones y en oficios, fuimos desgranando los hitos más importantes de la
institución.
Cada uno de nosotros explicamos nuestra conexión con la
escuela que nos formó y cambió nuestras vidas para siempre. Muchos recordamos con
nostalgia nuestro “insti” de Elisabets,
donde nos encontramos con verdaderos maestros que nos inspiraron para siempre
en disciplina como Pawel Rouba o William Layton y que nos dieron herramientas para
ser libres creando.
Eché en falta a los actores de mi promoción, como a
Francesc Albiol, Silvia Munt, Rosa Novell, Ricard Borrás, Juanjo Puigcorbé y
tantos otros. Disfruté con Ramón Ollé,
bailarín mágico donde los haya, quien nos hizo llorar a todos con su
interpretación bailada de la canción La tieta.
Yo hablé sobre la innovación que bullía en nuestras venas
y la necesidad de ser libres que experimentábamos en el año 74-75. Ese año se
murió en Cataluña un teatro oficial acartonado para dejar pasar obras,
experiencias llenas de nuestra fuerza joven, de espíritu solidario y rebelde,
de fantasía y coraje que forzaron a las autoridades reticentes a abrir nuevos
espacios, a aceptar nuevas propuestas.
Recordé con Juan Font las clases que hacíamos como grupo
viajando en autobús, interpretando personajes en situaciones que debían ser
creíbles para los pasajeros que no habían pagado entrada y que no sabían que
estaban asistiendo a ninguna representación.
Probando, innovando, experimentando, nos sentíamos
unidos, libres. Sin miedo por luchar contra la represión brutal existente esos
días y que ejercían “los grises” contra nosotros, a quienes respondíamos con
verdaderos cocteles molotov que lanzábamos por las mañanas unidos a nuestros
compañeros obreros. Mientras por la noche, les ofrecíamos nuestra fantasía a
todos, nuestra imaginación a un público maravillado que experimentaba, como nosotros,
el poder de romper con límites establecidos. Fue en esas aulas y en la calle,
por las mañanas y por las noches, donde experimentábamos a tocarnos en grupo, a
ser consecuentes con lo que pensábamos y sentíamos.
Recordé el rumor que se desató en las aulas del “insti”: se
conseguía ser mejor actor si lográbamos romper pudores y ofrecerse, abandonarse
al otro actor sin reservas, con una mística en dar sin esperar a recibir. De
ese rumor, salió el guión y la película mítica de La orgía, en la que participábamos
muchos actores alumnos del “insti” con cuerpos y almas desnudas.
Así, de esta curiosidad de unos por otros, de esa
investigación de cuerpos y sensaciones nacida en las aulas de Elisabets, pasamos
a la convicción de que podíamos cobrar y comer por hacer aquello que más nos
gustaba en la vida: comunicar con otros, ser espejo de otros, provocar sonrisas
y lágrimas. Estábamos convencidos que nuestra vida podía ser una verdadera orgía
para los sentidos que provocaba a su vez inspiración para amarse al público que
nos veía. Animé a los alumnos a decir lo que pensaban de la escuela, a pedir y
a exigir ahora una formación innovadora y pionera en una institución que es
suya, porque fue creada para ellos. ¡Imaginación al poder!
Assumpta Serna
Presidenta Fundación de Interpretación Cinematográfica first team
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