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5/7/12

COLORES, sentimientos, superpoderes


El lunes estaba saliendo del metro. Fans del futbol tenían rayas de colores pintadas en sus caras. Su equipo había ganado. España probó otra vez a sí misma que es el último superpoder en fútbol.


Pero me dí cuenta de algo más: dos chicos jóvenes subían la escalera mecánica con las manos enlazadas.  Se miraban a los ojos y sonreían. Yo sonreía también, hasta que ví otra pareja de chicos acercarse y rodearles, enfrente y detrás de ellos. Se veían tipos duros, serios. De pronto, tuve la fantasía heroica de defender a esos dos jóvenes amantes de la intolerancia de la gente.

Y entonces, los tipos duros, se quebraron con una sonrisa y hablaron y tocaron a la pareja. Eran amigos. Me sentí a la vez falso, condescendiente e inspirado.
Salieron al calor y al ruído y al parque de monopatines que es ahora la Plaza de Opera, y se mezclaron con los bmx’s, los monopatines y los hooligans del fútbol. 


No necesitaban mi intervención más que la que yo necesitaba de ellos. Me sorprendí a mi mismo con los ojos húmedos mirando esta expresión de amor del siglo XXI  y al hecho que consideré eso inusual, no como los jóvenes que estaban a mi alrededor.


Y me sentí orgulloso. No, mejor decir que sentí orgullo. Y también me sentí viejo. Pero en el buen sentido.


Este fin de semana vió probablemente la fiesta del orgullo gay más significativa del mundo, a la que acudieron de 600.000 a un millón de personas.


Hay todavía muchos lugares en el mundo donde esta celebración no sólo no se puede imaginar, sino que los que acudiesen, se jugarían la vida.


Este país con tanta crisis, encontró el orgullo en su equipo nacional que es en deporte, una superproducción de Hollywood.


Ese país donde la desconfianza del gobierno es igual al amor por su compañero y los simples placeres de la vida. Ese país donde este fin de semana ganó dos victorias; una a rayas rojas y amarillas y otra con todos los colores del arco iris.


Y qué victoria ganó España? Bueno, una es un trofeo y otra no tiene precio.


Scott Cleverdon





COLORS


I was leaving the metro yesterday.  Football fans draped with stripes of colour painted on their faces.  Their team had won.  Spain yet again proved itself to be the superpower in football.

But I noticed something else, two young men were travelling up the escalator and holding hands.  They looked into each others eyes and smiled.  I smiled too, until I saw another pair of guys coming close to them, standing in front and behind them.  They were tough looking guys, serious.  I suddenly had a heroic fantasy about defending these young lovers from the intolerance of the diaspora.


And then the tough guys cracked a smile and spoke and touched the couple. They were friends.  I felt at once insincere, patronising and inspired. 
They wandered out into the heat and noise and skatepark that is Opera right now, mixing with the bmx's, rollerbladers and football die-hards. They no more needed my intervention than I needed theirs.
I got a little teary at this 21st century expression of love and at the fact that I considered this unusual, unlike the younger people around me.


And I felt proud.  No, better to say I felt pride.


I also felt old.  But in a good way.


The weekend saw probably the most significant gay pride parade in the world, with estimates from 600,000 to over a million people.



There are many places in the world where this celebration is not only unthinkable it is deadly.


This country in so much crisis found pride in its national team which is the sporting equivalent of a Hollywood blockbuster.


This country where everyone feels they are the minority.


This country where the distrust of government is equal only to the love for its fellow man and the simple pleasures of life.


This country where this weekend it won two victories; one draped in red and white and one with all the colours of the rainbow.


And what did Spain win?  Well one is a trophy and the other is priceless.


Scott Cleverdon

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