¿La interpretación es el nuevo Rock and Roll?
Hoy, me desperté y me puse al corriente de las noticias como siempre.
Casi pensé que era una broma, ¿cómo podría no pensarlo?
Philip Seymour Hoffman ha muerto a los 46 años de edad de una sobredosis clara de heroína. Se lo mencioné a mi amigo a la hora del almuerzo y él dijo, “¡qué idiota!”
He sido consciente de sus problemas con el alcohol y creo que él siempre ha sido franco sobre ellos. Él parecía haber ocuparse de ello, comprenderlo y entender su rechazo y ahora, escucho de otras drogas también.
La pregunta es, ¿por qué hoy en día perdemos más actores que estrellas de Rock? Y ¿por qué sus muertes nos afectan tanto?
James Dean, Marilyn, incluso Jane Mansfield, llegaron a ser iconos después de sus fallecimientos prematuros.
Los artistas más dignos en el pasado, como Cary Grant y Audrey Hepburn se jubilaron, o Gene Hackman y Sean Connery del presente han dado un paso hacia atrás con gracia, de la interpretación y el ojo público.
Sin embargo, Heath Ledger, Paul Walker, River Pheonix, James Galdogini y Cory Monteith, todos fueron actores, hasta la cintura en sus carreras y su potencial.
Según las noticias, dijeron que Philip Seymore Hoffman se murió de una sobredosis clara.
Como dijo Eddie Izzard en su monólogo humorístico hace diez años sobre la muerte de Lady Diana, y parafraseo, “fue como si el programa se interrumpiera, pero no sabíamos cómo terminó.”
Por esta razón, creo que quizás nos afecta mucho la pérdida de nuestros actores.
El actor nos guía en una historia. El actor nos provee algo para vincular con ello. El actor es el conducto entre la narrativa y nuestra propia experiencia personal. Su sacrificio (y no sugiero que no estén bien remunerados) muestra resultados en nuestra inversión de su sufrimiento y la historia que creamos para nosotros.
Brecht habló sobre la idea de la distancia. Aquella era la diferencia entre la realidad percibida y la realidad real. La realidad real, la violencia, el sexo etc. hacían que el espectador dudara de lo que estaba viendo como ser humano y quizás lo que necesitaba era la intervención o la repugnancia. La distancia estética era cuando podíamos ver los temas y la narrativa detrás de la acción y encontrar algo que hablara de nuestra propia naturaleza. Es la diferencia entre un documental del metraje franco de una guerra, pornografía o violencia explícita y narración ficticia. Con la ficción, podemos aprender y encontrar significado y con el metraje sólo podemos reaccionar, físicamente o emocionalmente en un nivel primitivo.
Cuando perdemos un artista, perdemos aquella distancia. Han ofrecido un sacrifico, de una manera u otra, en muchas de las películas o los programas de televisión que hemos visto y disfrutado.
Y cuando se vayan, no podemos aprender, sino reaccionar.
Parece una broma cuando lo leemos. Reímos, porque es lo que hacemos cuando no tenemos otra acción. Estamos llenos de escepticismo, indignación, frustración, aceptación y momentáneamente, damos traspiés por todas las etapas de dolor.
O decimos, “¡que idiota!”, porque nos quedamos sin una narrativa, ni una historia y no podemos creer que alguien tan abundante en muchas cosas, podría desperdiciarlo en una manera tan rutinaria.
Casi pensé que era una broma, ¿cómo podría no pensarlo?
Philip Seymour Hoffman ha muerto a los 46 años de edad de una sobredosis clara de heroína. Se lo mencioné a mi amigo a la hora del almuerzo y él dijo, “¡qué idiota!”
He sido consciente de sus problemas con el alcohol y creo que él siempre ha sido franco sobre ellos. Él parecía haber ocuparse de ello, comprenderlo y entender su rechazo y ahora, escucho de otras drogas también.
La pregunta es, ¿por qué hoy en día perdemos más actores que estrellas de Rock? Y ¿por qué sus muertes nos afectan tanto?
James Dean, Marilyn, incluso Jane Mansfield, llegaron a ser iconos después de sus fallecimientos prematuros.
Los artistas más dignos en el pasado, como Cary Grant y Audrey Hepburn se jubilaron, o Gene Hackman y Sean Connery del presente han dado un paso hacia atrás con gracia, de la interpretación y el ojo público.
Sin embargo, Heath Ledger, Paul Walker, River Pheonix, James Galdogini y Cory Monteith, todos fueron actores, hasta la cintura en sus carreras y su potencial.
Según las noticias, dijeron que Philip Seymore Hoffman se murió de una sobredosis clara.
Como dijo Eddie Izzard en su monólogo humorístico hace diez años sobre la muerte de Lady Diana, y parafraseo, “fue como si el programa se interrumpiera, pero no sabíamos cómo terminó.”
Por esta razón, creo que quizás nos afecta mucho la pérdida de nuestros actores.
El actor nos guía en una historia. El actor nos provee algo para vincular con ello. El actor es el conducto entre la narrativa y nuestra propia experiencia personal. Su sacrificio (y no sugiero que no estén bien remunerados) muestra resultados en nuestra inversión de su sufrimiento y la historia que creamos para nosotros.
Brecht habló sobre la idea de la distancia. Aquella era la diferencia entre la realidad percibida y la realidad real. La realidad real, la violencia, el sexo etc. hacían que el espectador dudara de lo que estaba viendo como ser humano y quizás lo que necesitaba era la intervención o la repugnancia. La distancia estética era cuando podíamos ver los temas y la narrativa detrás de la acción y encontrar algo que hablara de nuestra propia naturaleza. Es la diferencia entre un documental del metraje franco de una guerra, pornografía o violencia explícita y narración ficticia. Con la ficción, podemos aprender y encontrar significado y con el metraje sólo podemos reaccionar, físicamente o emocionalmente en un nivel primitivo.
Cuando perdemos un artista, perdemos aquella distancia. Han ofrecido un sacrifico, de una manera u otra, en muchas de las películas o los programas de televisión que hemos visto y disfrutado.
Y cuando se vayan, no podemos aprender, sino reaccionar.
Parece una broma cuando lo leemos. Reímos, porque es lo que hacemos cuando no tenemos otra acción. Estamos llenos de escepticismo, indignación, frustración, aceptación y momentáneamente, damos traspiés por todas las etapas de dolor.
O decimos, “¡que idiota!”, porque nos quedamos sin una narrativa, ni una historia y no podemos creer que alguien tan abundante en muchas cosas, podría desperdiciarlo en una manera tan rutinaria.
No nos quedamos nada más que una reacción, porque nos han robado de la historia. La historia del suceso futuro, gloria y creatividad.
Nos quedamos sólo con una reacción, vacío, porque todo lo que nos dice es que terminó la historia. No hay dignidad, ni nobleza, ni importancia. Solo es el fin. Las estrellas de Rock al menos nos dejan su música; los actores nos dejan los momentos íntimos que hemos compartido con ellos en el contexto de una narrativa. A diferencia de la música, solo podemos experimentarlos de verdad con los ojos abiertos. Aquella distancia se ha perdido, todo se han hecho actual. Ya no podemos encontrar ningún significado, solo reaccionar.
Y cuando nuestros mejores e inteligentes, nuestros representantes en historias excepcionales se van tan pronto, sin una palabra final- hace que sepamos que tan pronto nos iremos, algún día, sin dignidad, ni nobleza y quizás menos de lo que demostramos al principio: el Fin.
Scott Cleverdon
Director de la
fundación First Team junto con Assumpta Serna
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